jueves, 30 de mayo de 2013

Las películas más ruinosas de todos los tiempos

Campo de batalla la Tierra

Películas que han arruinado estudios. Películas que dinamitaron carreras de productores, directores y actores. Películas que han tenido pérdidas suficientes como para financiar con ellas otras películas. Películas cuyo presupuesto se disparó inesperadamente. Películas con expectativas comerciales irracionales. Películas que se hicieron con mucho dinero y pocas ganas, que el público recibió con menos ganas todavía. La historia del cine está repleta de fracasos comerciales, pero hay títulos cuyas pérdidas alcanzaron una magnitud tan exagerada que han pasado a los anales como auténticas catástrofes financieras. He aquí algunos de los más insignes ejemplos de cómo dilapidar auténticas burradas de dinero a niveles únicamente al alcance de faraones egipcios y políticos españoles.

Publicado por

La isla de las cabezas cortadas (1995)

—La idea prometedora: Explotar la popularidad de Geena Davis en el momento más dulce de su carrera, mostrándola en el supuestamente revolucionario papel de heroína femenina de acción.
—El problema: La gente no tenía el más mínimo interés por ver a Geena Davis en el supuestamente revolucionario papel de heroína femenina de acción.
—Se la recordará por: Perder más dinero que ningún otro largometraje en la historia del cine, llevar un estudio a la quiebra y dinamitar la carrera de sus dos protagonistas.

Siempre resulta difícil calcular estas cifras con exactitud, pero oficialmente nos hallamos ante la película más ruinosa de todos los tiempos. Después de recibir un Oscar por El turista accidental y sobre todo después del bombazo comercial en que se convirtió Thelma & Louise, Geena Davis estaba decidida a conquistar los años 90. Se había establecido como una gran estrella, era universalmente respetada en la profesión y por si fuera poco aún se encontraba en lo mejor de su sex appeal, así que la productora Carolco Pictures hizo sus cálculos y estuvo de acuerdo con ella: Geena Davis podría encabezar con éxito una superproducción. El vehículo ad hoc fue este largometraje de piratas dotado con un fastuoso presupuesto a la mayor gloria de una de las actrices de moda. Su compañero de reparto iba a ser Michael Douglas, lo cual aseguraba una pareja protagonista de gran tirón taquillero. El director iba a ser Renny Harlin, marido de la señorita Davis, para que ella se sintiera más como en casa. Pero casi antes de empezar Michael Douglas dejó el film por problemas de agenda. La pobre Geena, quizá oliéndose el percal, quiso abandonar también… aunque su contrato se lo impedía. Y Harlin se centró tanto en la búsqueda de un sustituto de garantía comercial —pese a lo cual terminó eligiendo a Matthew Modine— que se construyeron decorados sin su supervisión. Cuando empezó el rodaje, el director ordenó reconstruir mucho de lo ya terminado, retrasando el planning y ocasionando cuantiosos gastos extra, elevando el presupuesto a casi 100 millones de dólares. El estreno fue precedido por una gran campaña publicitaria que jugaba la interesante baza de presentar a una mujer como heroína de acción, rompiendo estereotipos algo que se suponía iba a excitar a las audiencias. Sin embargo, algo falló por el camino. La película fue un fracaso rotundo. Sumando las salas de todo el planeta en donde se proyectó, La isla de las cabezas cortadas apenas recaudó un 10% de lo que había costado, convirtiéndose en la película con mayores pérdidas de todos los tiempos, ya que sumaban prácticamente lo mismo que había costado: más de 100 millones. Ni qué decir tiene que aquel desastre arrastró Carolco Pictures a la ruina y ya de paso hundió el género de piratas durante años. La carrera de la pobre Geena recibió un punch-out digno de Mike Tyson, que la dejó temblando para los restos y la encaminó hacia nuevos destinos —la saga Stuart Little—. Matthew Modine, sin embargo, se las ha arreglado para seguir trabajando bastante aunque podríamos decir que pocos productores se sienten ya tentados de situarlo en la cabecera de un rodaje de más de 100 millones de dólares. Eso sí, el director Renny Harlin se salvó de la quema y ha continuado en la brecha como si nada hubiese ocurrido.

La puerta del cielo (1980)

—La idea prometedora: Poner al brillante director de El cazador al frente de un western crepuscular para resucitar brillantemente el género.
—El problema: El brillante director de El cazador perdió completamente la chaveta.
—Se la recordará por: Hundir a la legendaria United Artists. Nada menos.

Michael Cimino. No le dejen organizar una fiesta de cumpleaños.

Michael Cimino. No le dejen organizar una fiesta de cumpleaños.

En 1980, Michael Cimino era como el nuevo Coppola. Su segundo largometraje, El cazador, había deslumbrado a propios y extraños, recaudando grandes cantidades de dinero y llevándose los Oscar a mejor película y mejor director. Antes de semejante hito, Cimino ya había llamado la atención dirigiendo a Clint Eastwood en la estupenda Un botín de 500.000 dólares y también había dado muestras de su talento como guionista en Harry el Fuerte y la interesante Naves Misteriosas. Pero como decíamos, fue El Cazador la que se vio como una nueva El Padrino, así que mucha gente comenzó a esperar que Cimino realizase su Apocalypse Now particular. El gran estudio United Artists decidió apostar por ello y puso en manos del director una ingente cantidad de dinero para realizar un western épico que hiciese por aquel género lo mismo que Apocalypse Now había hecho por el cine bélico. Pero Cimino, que ya durante el rodaje de El Cazador se había distinguido por su tendencia a pasarse de fechas y engordar innecesariamente los gastos con su perfeccionismo obsesivo, extravió el norte y todo atisbo de sensatez durante el nuevo rodaje. Manías como la de tener a todo el equipo de rodaje esperando hasta que en el cielo hubiese una nube que le gustase a él —porque claro, él era un Artista y no podía filmar cualquier nube— hicieron que el presupuesto original se multiplicase por cuatro. Cuando terminó el rodaje, se presentó ante los ejecutivos de United Artists con una película de más de cinco horas que pretendía llevar a las pantallas. Atónitos, los responsables del estudio sintieron el comprensible impulso de enviar a Cimino a freír espárragos, pero el director suplicó por su empleo y tras varias semanas más de trabajo (meses, de hecho) retornó con un montaje más "breve" de tres horas y 40 minutos, que fue el que finalmente se distribuyó a las salas. La noche del gran estreno fue digna de una comedia de Woody Allen: la audiencia estupefacta en sus butacas asistiendo a un western interminable, los invitados cariacontecidos hasta el punto de que los canapés y el champán permanecieron sin tocar —como si les supiera mal hacer gasto en vista de lo que se avecinaba— y el pobre Cimino preguntándose qué iba mal, mientras los de su círculo intentaban hacerle ver con tacto que los asistentes estaban horrorizados por lo que estaban viendo. Los críticos recibieron la película con auténtica virulencia y como estaba previsto la debacle en taquilla fue total: La puerta del cielo tuvo una carrera comercial desastrosa que no dio ni para cubrir un mísero 10% de sus disparatados costes. Las pérdidas fueron enormes (unos 40 millones) y una agonizante United Artists entró en bancarrota hasta el punto de ser vendida al estudio rival Metro Goldwyn Mayer, que —en un alarde de sensibilidad histórica y respeto por la tradición— se limitó a cerrar el chiringuito. La carrera de Cimino, hasta entonces una de las más prometedoras de Hollywood, se fue directamente por el sumidero: tardó cinco años en poder rodar otro largometraje, aunque ya nadie tuvo la ocurrencia de poner un gran presupuesto a su alcance. Desde entonces apenas ha rodado un puñado de filmes con escasa repercusión comercial (estoy seguro de que mucha gente incluso lo debe de dar por muerto, aunque no, ha continuado vivo y desmintiendo rumores de que quisiera convertirse en mujer). Moraleja: nunca pongas una fortuna en manos de un artista lunático. Con el tiempo, eso sí, mucha gente ha reivindicado la calidad del film, aunque eso poco puede hacer por la (auténtica) United Artists a estas alturas.

Pluto Nash (2002)

 —La idea prometedora: Supongo que aprovechar el tirón de La guía del autoestopista galáctico pero con Eddie Murphy al frente.
—El problema: La película era horrible y presumiblemente no fue a verla ni la familia de Eddie Murphy.
—Se la recordará por: Es difícil que se la recuerde por algo, salvo que uno haya sido uno de los inversores que pusieron dinero en ella.

Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que Eddie Murphy era un tipo molón. Para mí se ganó el cielo con su grandiosa imitación de James Brown metiéndose en un baño caliente (por favor, si entiende usted inglés, ¡vea el vídeo del enlace! Aunque cualquier recopilación de vídeos de su apabullante etapa en el legendario programa Saturday Night Live o de sus monólogos de la época es absolutamente recomendable). Sus sketches televisivos eran excelentes y en directo podía hacer carcajear a toda la audiencia de un gran teatro sin perder el estilo ni por un momento. Desgraciadamente, descubrió el dinero de Hollywood y comenzó a rodar películas progresivamente más insustanciales, aunque bastante exitosas. Ese Eddie Murphy descafeinado es el que casi todo el mundo conoce: comedias domingueras de las que se alquilan en el videoclub como último recurso cuando el aburrimiento está acabando con nosotros. Pues bien, un buen día y convencido de su infalibilidad en taquilla se embarcó en una comedia de ciencia ficción que requería un enorme presupuesto: The adventures of Pluto Nash. En vez de optar por una comedia barata, los productores se gastaron la friolera de 100 millones de dólares (por lo menos) en un largometraje que no recuperó casi nada en taquilla. De hecho, se recaudaron ¡varios millones menos de lo que había costado la campaña de marketing por sí sola! La crítica no fue demasiado piadosa con este engendro, y las salas vacías constituyeron una severa cura de humildad para Murphy, aunque hay que admitir que se lo tomó con bastante humor. Hubiese sido mucho más rentable y económico rodar una biografía de James Brown…. hot tub! Huh! A-full-a-watah! Gonna take it hot-ah! Gonna make it sweat-ah!

La caída del Imperio Romano (1964)

—La idea prometedora: Un ramillete de estrellones en una película sword & sandal (de romanos, vamos) con todo lo mejor de Hollywood uniendo fuerzas en el proyecto.
—El problema: Sobrexposición al género, probablemente.
—Se la recordará por: Hoy en día es un clásico, aunque es posible que alguien, en alguna parte, esté pagando préstamos todavía.

Samuel Bronston y los reyes de España: Club de Amigos del Presupuesto.

Samuel Bronston con los reyes de España: Club de Amigos del Presupuesto.

1964. El bestia de Samuel Bronston, uno de los productores más ambiciosos y grandilocuentes de Hollywood, va a poner todo de su parte para crear un monstruo de celuloide que pueda rivalizar con la todopoderosa Ben-Hur, que había arrasado con todos los premios y taquillas imaginables poco antes. Venía de parir varias superproducciones mastodónticas y se sentía sencillamente invencible, así que una vez más reunió un equipo de auténtico lujo sin reparar en gastos. Anthony Mann estaría en la dirección, con un guionista experto en cine épico como Philip Yordan y un plantel de actores de primerísima categoría que se podría definir como un dream team: Alec Guiness, James Mason, Omar Sharif, Mel Ferrer, Christopher Plummer y la hottie de moda en el momento, nada menos que Sofia Loren. Decorados y extras en abundancia. El título del film era evocador y auguraba un gran espectáculo. Sin embargo, el público decidió darle la espalda a la película quizá porque llevaba varios años viendo largometrajes épicos facturados exactamente en el mismo estilo y el estilo empezaba a resultar repetitivo. Así pues, la ambiciosa Caída del Imperio Romano se pegó un batacazo monumental, apenas recuperó una minúscula fracción de su enorme presupuesto y el desastre arrastró consigo al pobre Samuel Bronston detrás. No ayudó el que aquel mismo año, otra de sus superproducciones —la más otoñal El fabuloso mundo del circo, con John Wayne, Rita Hayworth y Claudia Cardinale— fuese también un fracaso de taquilla. El hasta entonces todopoderoso Samuel Bronston, con toda su vieja perspicacia comercial, no había sabido prever los cambios de aires que se estaban produciendo en el séptimo arte, durante los 60. Nunca se recuperó del golpe. El subgénero épico-histórico también tembló de pies a cabeza, al quedar demostrado que los espectadores estaban hasta las narices de él, y tardaría varias décadas en volver a convertirse en material rentable.

The lady vanishes (1979)

—La idea prometedora: Actualizar un clásico de Hitchcock.
—El problema: Se lo jugaron todo a una carta y perdieron.
—Se la recordará por: Hundir a la legendaria productora Hammer.

El estudio británico Hammer Films Production ("la Hammer", para entendernos) se especializaba en producir películas de terror y misterio con presupuestos modestos pero también con dignas miras artísticas. Durante varias décadas la Hammer se ganó un prestigio acorde con la elegancia de su trabajo, demostrando que no se necesitaban grandes fortunas para producir cine interesante y no obstante de clara vocación comercial. La debacle, sin embargo, se produjo en 1979. Hammer decidió resucitar un antiguo film de Alfred Hitchcock en su etapa británica, Alarma en el expreso, y quiso dedicar un presupuesto mayor de lo acostumbrado en que aquello podía ser el salto del estudio hacia el campo de las superproducciones. Contrataron a dos jóvenes y prometedores intérpretes, calculando (equivocadamente) que tendrían mucho tirón comercial. Uno era Elliott Gould, actor por entonces respetado después de haber participado en unos cuantos filmes bastante apreciables. Y la otra era la bellísima Cybill Shepherd, que era una de las mujeres más guapas que se habían visto en una pantalla y que parecía siempre a punto de dar el salto al superestrellato (aunque al final nunca terminara de hacerlo). Pues bien, la película resultante fue bastante mala, quizá por la falta de experiencia de la productora con tan grandes presupuestos. Los espectadores reaccionaron en consecuencia, ignorando por completo el film tras su estreno. El golpe financiero de aquel fracaso fue tan tremendo que condujo a la mítica Hammer a la bancarrota.

Campo de batalla: la Tierra (2000)

—La idea prometedora: Un actor cienciólogo se empeña en llevar a la pantalla una novela escrita por, ¡sorpresa! el fundador de Cienciología.
—El problema: No sabemos qué tal estará la novela, pero la adaptación cinematográfica era, por decirlo de manera suave y gentil, altamente risible.
—Se la recordará por: Ser incluida regularmente en las listas de peores filmes de todos los tiempos.

Exceptuando al alocado Nicolas Cage, probablemente no haya otra gran estrella tan empeñada en dinamitar su propio prestigio taquillero como el único e inimitable John Travolta. La lista de bodrios que ha rodado este individuo es espectacular, pero ninguno se llevó tantos millones de dólares por delante como esta Campo de batalla: la Tierra. Empeñado en adaptar la novela de su líder espiritual y tal vez preocupado por la idea de que Tom Cruise se le adelantare, Travolta no encontraba un estudio que quisiera financiarle el capricho. Finalmente se asoció con la productora Franchise Pictures, que de hecho se dedicaba a ayudar a las estrellas a sacar adelante esos proyectos en los que los grandes estudios no creían. En Franchise consideraban —en qué estarían pensando— que la fama de Travolta sería un buen reclamo y que merecería la pena invertir en el engendro ,que el actor quería facturar como una superproducción que no reparase en medios. Eso sí, el propio Travolta tuvo que contribuir con varios millones de su bolsillo. El resultado final dejó perplejos a los críticos y los (pocos) espectadores que fueron a verla porque, pese a su abultado presupuesto, parecía un largometraje para un trabajo de escuela secundaria más que una película seria, aunque se asomase por allí el pobre Forest Whitaker. La película era muy mala y su modesta recaudación no podía cubrir el ambicioso presupuesto, así que Travolta vio cómo se vaciaba parte de su caja fuerte y la productora Franchise Pictures inició un proceso que la condujo directamente a la quiebra (la cual, curiosamente, se produjo mientras se rodaba otra película de este artículo). Quiebra que llegó no sin que antes sus responsables fuesen demandados por los accionistas porque al parecer habían utilizado la superproducción-capricho de John Travolta para desviar buena parte del presupuesto a sus propios bolsillos (lo cual explicaría un par de cosas en cuanto a la factura técnica del film).

Gigli (2003)

—La idea prometedora: Poner juntos en pantalla a la parejita sentimental de moda en Hollywood.
—El problema: No sabría ni por dónde empezar.
—Se la recordará por: Haber arrasado en todas las categorías de "premios" a las películas malas de aquel año.

"Cuando me dijiste que teníamos química no pensé que te referías a la combustión de billetes"

"¿A qué te refieres exactamente con lo de 'Estamos perdiendo dinero'?"

El romance entre Jennifer López y Ben Affleck era material predilecto de la prensa rosa cuando alguien decidió que podía explotarse el supuesto morbo del público emparejándolos también en la pantalla. Una vieja táctica de Hollywood que ha funcionado de manera desigual a lo largo de su historia, pero que es considerada un buen recurso (de hecho, no era raro que los estudios se inventasen romances entre sus estrellas para añadirle interés a sus estrenos). El film fue publicitado haciendo hincapié en la tensión sexual y química que existía entre ambos… el problema era que esa química, por mucho que se produzca en lo personal, no necesariamente es captada por las cámaras. Y menos todavía si hablamos de dos actores que, la verdad, no harán olvidar a Spencer Tracy y Katherine Hepburn precisamente. Si a ello se añade un guión nefasto y una factura digna de telefilm de sobremesa dominguera, no resulta extraño que casi todo el mundo se tomase la película a broma. Los críticos se ensañaron cruelmente con Gigli y el público se limitó a no acudir a las salas. Lástima, porque se había utilizado un presupuesto absurdamente alto para tratarse de un film sobre relaciones y sin naves espaciales de por medio. El fracaso en taquilla provocó unas pérdidas innecesariamente descomunales. Aquello supuso una auténtica cura de humildad —aunque fuese temporal— para la megamillonaria López y el por entonces insufrible Affleck. En todo caso, el eco de las risas malvadas aún se escucha en Hollywood cada vez que a alguien se le ocurre mencionar esta película.

Lolita (1997)

—La idea prometedora: Actualizar la película de Stanley Kubrick, para explotar el morbo y el efecto escándalo.
—El problema: No la dirigía Stanley Kubrick y a nadie le apeteció verla.
—Se la recordará por: Una secuencia de beso con lengua y poco más.

Gracias a una considerable campaña publicitaria, lo primero que supimos cuando Adrian Lyne iba a estrenar una nueva adaptación de la novela Lolita era que pretendía ser más subida de tono que el largometraje de Kubrick, con escenas abiertamente sexuales entre el protagonista adulto y su compañera menor de edad. El controvertido argumento era lo suficientemente escandaloso de por sí como para generar grandes expectativas comerciales, pero además este director tenía un buen currículo taquillero a sus espaldas: tras el éxito mundial de Flashdance se había especializado en "películas-escándalo" de la temporada como Nueve semanas y media, Atracción fatal o Una proposición indecente. Asociar pues el nombre de Lyne a Lolita anticipaba ganas de remover aguas turbulentas. El estudio invirtió una enorme suma de dinero en el film, una suma excesiva teniendo en cuenta que se trataba de un drama. No se escatimó en medios de producción o marketing. Pero quizá no se midió del todo bien la capacidad de asombro que un film así podía provocar a aquellas alturas. Por ejemplo, la actriz Dominque Swain era un año mayor que Sue Lyon cuando esta encarnó al personaje en una época más recatada. Eso sí, la publicidad mostraba a Swain bastante más provocativa y envuelta en secuencias abiertamente sexuales (como aquel célebre beso con lengua con Jeremy Irons) pero para entonces el público ya había visto cosas más fuertes en el cine convencional y no se espantaba de ello. El preestreno originó ciertamente un cierto revuelo mediático, tal como el estudio había esperado, pero fue un revuelo más parecido a un extenso cotilleo que a un verdadero escándalo. Así pues, el morbo que había llenado los cines con Instinto Básico y similares no terminó de funcionar con esta nueva Lolita, que se pegó un considerable batacazo ya en su semana inicial de estreno, donde apenas acudió a las salas una minúscula cantidad de espectadores. La carrera comercial del film fue absolutamente desastrosa —en las salas de cine… no tanto en alquiler de vídeo, por cierto— y la película perdió la friolera de 60 millones de dólares. Ni siquiera llegó a los dos millones de recaudación en taquilla en total, lo cual constituye un verdadero cataclismo para cualquier gran producción (muchas películas recaudan varias veces más en un solo fin de semana). La debacle dinamitó el prestigio de Lyne como "artesano del escándalo" y casi cercenó la incipiente carrera de la adolescente Dominique Swain, que nunca levantó cabeza después de aquello y que quedó condenada a papeles de mucha menor repercusión.

El mensajero del futuro (1997)

—La idea prometedora: Cuesta decirlo con exactitud, pero quizá explotar el morbo insano de Waterworld.
—El problema: No gozó de la extrañamente eficaz anticampaña publicitaria que precedió a Waterworld.
—Se la recordará por: Hacer tambalear el estatus de Kevin Costner en la industria.

A finales de los 90, Kevin Costner tenía bastantes confundidos a sus seguidores (sí, por entonces aún tenía seguidores). Convertido en superestrella mundial con Los intocables de Elliot Ness, actor respetado gracias a Un mundo perfecto o JFK y reconocido universalmente como cineasta del momento gracias a Bailando con Lobos, Costner se dedicó a dar tumbos que dejaban perplejos a todos. Primero estuvo la nada disimulada jugarreta comercial de rodar un film con Whitney Houston (la horrenda El guardaespaldas) y su psicodélica adaptación de Robin Hood. Aunque lo mejor fue el rodaje de Waterworld, una epopeya de ciencia-ficción que dio mucho que hablar por ser una de las películas más caras jamás rodadas hasta entonces y sobre todo por las divertidas y completamente absurdas habladurías que generaba (como la de que Costner, a quien ya le clareaba el cráneo, se había gastado una fortuna haciéndose reconstruir el cabello por ordenador fotograma a fotograma). El caso es que se habló tanto de que Costner se iba a pegar el hostión de su vida con la carísima Waterworld, que mucha gente acudió a verla solamente para comprobar si todo lo que se decía era cierto. Pese a las muy malas críticas —el film era malo, pero ¡no tanto! De hecho, ¡era entretenido!— la curiosidad pudo más que cualquier otra cosa y Waterworld no fue un total fracaso de taquilla, aunque no pudo cubrir gastos ni de lejos. Costner debió de pensar que podía repetir la jugada y produjo, dirigió y protagonizó El mensajero del futuro, una película mucho menos cara que Waterworld que, esta vez sí, sería bastante rentable de atraer una audiencia similar. Pero no sucedió: la gente ya no sentía curiosidad por ver cómo Kevin se la pegaba… así que no acudió en masa a comprobarlo y Kevin, efectivamente, se la pegó. El mensajero del futuro perdió unos 70 millones de dólares, una barbaridad que terminó de demoler por completo la antigua imagen de Costner como estrellón que garantizaba taquillazos con su sola presencia.

El Alamo (2004)

—La idea prometedora: Explotar el sentimiento patriótico estadounidense nacido del 11-S, según se dijo.
—El problema: El público estadounidense no estaba con ganas de recordar las lecciones de historia del colegio.
—Se la recordará por: Ser una de las películas que más dinero haya perdido jamás.

El enfrentamiento de Sam Houston y Davy Crockett con el ejército mexicano produjo dos de las figuras centrales en la mitología nacional estadounidense. Alguien pensó que podría apelarse al sentimiento patriotero nacido del 11-S. Así que, con un gran presupuesto de más de 100 millones de dólares y una escandalosamente costosa campaña de marketing que sumaba otros 50 millones al total, los productores creyeron que los espectadores norteamericanos acudirían en masa a revivir un episodio heroico de su pasado (por más que incluso ellos mismos hayan empezado a cuestionar la naturaleza de ese episodio). Pusieron al frente a Dennis Quaid y Billy Bob Thornton, y no escatimaron en medios. ¿Qué fue mal? Para empezar, los críticos recibieron el film con frialdad, poco impresionados después de una petulante campaña de marketing. Pero lo más decisivo fue que a los estadounidenses no les apetecía ir a ver una película simplemente porque narrase hechos míticos y patrióticos. Si no era una gran película no iban a acudir a las salas, y eso fue exactamente lo que sucedió. El film perdió más de 100 millones de dólares, un cataclismo financiero tan solo superado por La isla de las cabezas cortadas.

Town & Country (2001)

—La idea prometedora: Reunir a Warren Beatty y Diane Keaton años después de aquella Reds en la que trabajaron juntos por primera vez.
—El problema: Warren Beatty, básicamente.
—Se la recordará por: Probablemente por nada.

Warren Beatty: "¡Ups! Creo que me he pasado repitiendo tomas"

Warren Beatty: "¡Ups! Creo que me he pasado repitiendo tomas"

Una comedia romántica no debería resultar excesivamente cara de producir, y en principio Town & Country iba a tener un presupuesto razonable. Contaba con nombres maduros pero de cierto relumbrón como Warren Beatty y Diane Keaton, e incluso bastante probados en la comedia como la propia Keaton o Goldie Hawn. En definitiva, un producto razonable para ganar fácilmente un dinero razonable. Pero los productores no habían contado con el ego del amigo Beatty, quien comenzó a poner pegas durante la filmación, exigiendo rodar una y otra toma de cada secuencia como si no hubiese podido desprenderse de sus ínfulas de director. Eso y los cambios en el guión sobre la marcha provocaron un considerable retraso del rodaje, hasta que finalmente Diane Keaton tuvo que abandonarlo para cumplir con otro compromiso de su agenda. El film, pues, quedó en suspenso —con los gastos consiguientes— hasta que la actriz terminó su otra película y pudo regresar… más o menos un año después. La película tardó tres años en completarse y para cuando se estrenó había costado tanto dinero como una superproducción repleta de efectos especiales. El film apenas recaudó un 10% de esa cantidad, así que perdió más de 90 millones y se convirtió en uno de los largometrajes más ruinosos de la historia del séptimo arte.

El guerrero número 13 (1999)

—La idea prometedora: Aprovechar el tirón comercial de Antonio Banderas.
—El problema: Se metieron en un desastre del que no supieron cómo salir.
—Se la recordará por: Hacer que Omar Sharif, decepcionado, casi se retirase del cine para siempre.

La ocurrencia de rodear a Banderas con un gran aparato audiovisual en una superproducción de acción histórica parecía medianamente buena dado el tirón del actor, especialmente si se adaptaba una novela del exitoso Michael Crichton. El presupuesto inicial era de 80 millones de dólares, aunque problemas técnicos pronto lo aumentaron a 100. Por si fuera poco, el trabajo del generalmente eficaz director John McTiernan (La jungla de cristal, Depredador) fue tan poco inspirado que las primeras pruebas de pantalla ante público recibieron una pésima evaluación. Y entonces todo se complicó: McTiernan fue apartado del proyecto y el propio Michael Crichton se encargó de volver a filmar un buen número de secuencias. El rodaje, pues, se alargó. Y el presupuesto, cómo no, se disparó hasta el doble de lo inicialmente estipulado. El resultado previsible: la película terminó siendo igualmente decepcionante y aunque no se convirtió en un absoluto desastre en taquilla tampoco fue el bombazo esperado, con lo que las pérdidas rondaron los 100 millones de dólares (irónicamente, compitió en el tiempo con otro film que McTiernan había rodado mientras tanto, El secreto de Thomas Crown, que sí fue un gran éxito). Antonio Banderas de poco no vio truncado su ascenso hollywoodiense, aunque casi de inmediato vino a rescatarlo el inesperado pelotazo de Spy Kids.

¡Rescaten el Titanic! (1980)

—La idea prometedora: Espectaculares secuencias en las que el trasatlántico Titanic es reflotado, toda una hazaña técnica en aquellos tiempos.
—El problema: Todo lo que podía torcerse se torció.
—Se la recordará por: Ayudar a que la productora ITC abandonase su intento de establecerse en el cine.

ITC Entertainment era una de las más prestigiosas empresas televisivas del Reino Unido. Propiedad del magnate Lew Grade, ITV había producido varios programas legendarios, especialmente series de ficción. Su posterior salto al cine también produjo películas interesantes como Ha llegado el águila, Capricornio Uno, Los niños del Brasil o Cristal Oscuro. Pero su gran proyecto fue la adaptación de una novela en la que se rescataba al Titanic del fondo del mar. Los problemas comenzaron ya con el argumento: no se ponían de acuerdo con el material escrito, en cuya constante reelaboración participaron casi una veintena de guionistas, hasta el punto de que el director inicialmente previsto —el prestigioso Stanley Kramer— decidió abandonar el proyecto. Hubo que llamar a Jerry Jameson (el de Aeropuerto 77) como sustituto. Para entonces, la producción ya estaba fuera de calendario y de presupuesto. Pero la cosa empeoró cuando resultó que la maqueta de 15 metros que representaba al Titanic (y que costó ella solita casi ocho millones de dólares) no cabía en ninguno de los tanques de agua existentes en los estudios cinematográficos… así que hubo que construir otro tanque más grande. Finalmente, los desacuerdos, retrasos e inconvenientes técnicos dispararon el costo final a unos 40 millones de dólares de entonces (que hoy serían más de 100), de los que la taquilla apenas cubrió una cuarta parte, porque el público se desinteresó a causa de unas críticas más bien desfavorables. Pero lo peor fue la reacción del escritor Clive Cussler, autor de la novela original: quedó tan disgustado por el film que ¡prohibió que se adaptasen más libros suyos a la pantalla! Por su parte, Lew Grade, el cabeza de ITC Entertainment, empezó a considerar que el cine era un negocio menos rentable que la televisión, así que terminó por alejarse de la gran pantalla.

Sahara (2004)

—La idea prometedora: Convertir a Matthew McConaughey y Penélope Cruz en una exitosa pareja de acción que protagonizase diferentes secuelas de la saga.
—El problema: Se gastaron una barbaridad de dinero.
—Se la recordará por: Haber tenido buen resultado en taquilla y, aun así, ser uno de los filmes con mayores pérdidas de todos los tiempos.

El plan era el de iniciar una serie de películas de acción, una franquicia que crease un público fiel y permitiese estrenar varias rentables secuelas. Se basaba en una novela del irascible Clive Cussler (sí, el mismo que había prohibido adaptar sus libros tras el desastre de ¡Rescaten el Titanic! y que de hecho, pese a haber llegado a un acuerdo para ceder los derechos de Sahara, ¡también intentó impedir que se rodase!). Quizá es que las historias de Cussler despiertan el lado manirroto de los cineastas, pero como había sucedido con ¡Rescaten el Titanic!, también Sahara se convirtió en un coladero de dinero. Una de las primeras secuencias filmadas y exhibidas como teaser fue la caída de un avión: la escena duraba poco más de 40 segundos y costó por sí sola nada menos que dos millones de dólares. Pues bien… esa breve secuencia, ¡no fue incluida en el montaje final! Porque según su director "no funcionaba en el contexto de la película" ¡Bravo! Dos millones de dólares perdidos en la sala de montaje, así, por las buenas. El rodaje de Sahara se movió en estos términos de despilfarro y terminó costando la friolera de 170 millones de dólares. Que sumados a otros 70 millones por la tremebunda campaña publicitaria (la cual incluía una extravagante gira aérea del actor protagonista), daban un total de más de 240 millones a recuperar. Lo más curioso es que, pese a las críticas más bien desapasionadas, la película funcionó bien en taquilla y la recaudación superó los 100 millones de dólares… pero eso era menos de la mitad de lo que había costado. Así, se dio la extraña circunstancia de que un film exitoso se convirtiera en uno de los mayores desastres financieros registrados en celuloide. Por cierto, al novelista Clive Cussler se lo llevaron los demonios otra vez, terminó demandando a la productora y… ¡perdió el caso! Perdió lógicamente, cabe decir, porque él mismo había autorizado la adaptación y había cobrado por ello. Poco importó: aún hoy sigue intentando que los tribunales le den la razón. No será que el hombre no lo había experimentado ya en los 80: sus libros y la pantalla no terminan de hacer buena pareja.

El sonido del trueno (2005)

—La idea prometedora: Adaptar un inteligente relato apocalíptico de Ray Bradbury.
—El problema: La productora quebró en mitad del rodaje y por poco no tuvieron que crear los efectos especiales con el Microsoft Paint.
—Se la recordará por: Un apartado visual desconcertantemente penoso para lo esperado en una superproducción.

"Oye Ben, no te rías de mi casco. No había nada mejor por tres dólares y medio"

"Oye Ben, no te rías de mi casco. No había nada mejor en el Cash Converters"

Recordemos que Franchise Pictures había producido la desastrosa Campo de batalla: la Tierra y estaba por tanto al borde de la bancarrota cuando se inició este proyecto que, en principio, parecía tener buenos mimbres. La historia de Ray Bradbury daba como para un largometraje interesante y Pierce Brosnan se había comprometido a encabezar el cartel. Pero desacuerdos entre el primer director y el propio Bradbury produjeron un primer retraso que terminó con la contratación de un nuevo director. Para entonces, un aburrido Brosnan ya se había largado (aunque seguía estando Ben Kingsley como nombre estelar en el reparto). Pero todo se fue definitivamente al garete cuando la productora quebró en mitad del rodaje, a causa de los problemas financieros y legales ocasionados por el desastroso film de Travolta del que hablábamos más arriba. Como consecuencia de la quiebra, los bancos que prestaban el dinero cortaron el grifo financiero, reduciendo súbitamente el presupuesto total con el que se contaba. Así pues, hubo que terminar la película a toda prisa y con efectos especiales realizados casi sin medios, a última hora y tan apresuradamente que no podían usar software gráfico que tardase demasiado en "renderizar" las imágenes. Aquello derivó en un apartado de efectos especiales que hubiese estado bien para una "serie B" del momento, pero que resultaba indigno de una gran producción hollywoodiense. Había momentos verdaderamente sonrojantes, como un efecto de transparencia de los actores sobre el fondo que parecía más propio de un film de los años 40. Aquel fue el motivo principal del rotundo fracaso en taquilla de una película proféticamente nacida en mitad de una quiebra y que ayudó a hacer todavía más profundo el agujero financiero de una empresa ya completamente arruinada.

Érase una vez en América (1984)

—La idea prometedora: El retorno a lo grande del maestro Sergio Leone.
—El problema: Los productores no entendieron nada y la retocaron, provocando la perplejidad del público.
—Se la recordará por: Ser una de las obras maestras de su director y una de las mejores películas de aquella década.

Nada podía fallar. El gran Sergio Leone volvía a colocarse tras las cámaras, para filmar una historia de gangsters con Robert De Niro en el papel principal. Los ejecutivos del estudio debieron haber sabido con quién trataban cuando contrataron a Leone, que nunca se había caracterizado por la concisión narrativa. Y cuando Leone les mostró una película terminada de casi cuatro horas de duración y compuesta de saltos temporales, ninguno de ellos entendió nada (aún faltaban diez años para Pulp Fiction) y básicamente entraron en estado de pánico. Poco importó que el material entregado por Leone fuese increíblemente brillante: ni se les pasaba por la cabeza que el público fuese a entender más de tres horas seguidas de flashbacks. En una decisión asombrosamente estúpida y para disgusto del director, hicieron un nuevo montaje del film, reordenando las secuencias temporalmente y eliminando unas cuantas de ellas. Todo, se suponía, para que la audiencia estadounidense pudiese entender la película. Aquella chapucera remezcla fue lo que estrenaron en EE. UU. ¿El resultado? Que la audiencia no entendió absolutamente nada del nuevo montaje y el film perdió casi 30 millones de dólares a causa de su flojísima taquilla allí. De hecho, muchos espectadores norteamericanos pensaban que la película era un bodrio (y de hecho el montaje estrenado en aquel país lo era) pero se sorprendieron años más adelante cuando se comercializó en EE. UU. la versión original y descubrieron que no solamente sí se entendía perfectamente, sino que además, ¡era una obra maestra!

Intolerancia (1916)

—La idea prometedora: Poner en pantalla un espectáculo nunca visto.
—El problema: Resultó que el público pensó que ya lo había visto y no necesitaba verlo una vez más.
—Se la recordará por: Ser una de las películas más célebres (y largas) de la era del cine mudo.

El director D. W. Griffith no se caracterizaba por su modestia y falta de ambición. Aunque las cifras monetarias con las que trabajaba no nos parezcan astronómicas —debido a la inflación—, lo cierto es que casi no ha vuelto a haber un cineasta tan megalómano y grandilocuente. Su anterior película, El nacimiento de una nación, ya había batido todas las marcas convirtiéndose en la producción cinematográfica más costosa nunca realizada hasta entonces. Pese a su larguísimo metraje, la espectacularidad del film (que mostraba en pantalla secuencias monumentales que dejaban atónito al público de principios del siglo XX) había reventado las taquillas. Pero con su siguiente película, Intolerancia, Griffith decidió superarse, multiplicando el presupuesto y rodando secuencias que no es que dejasen atónitos a los espectadores de entonces, sino ¡que nos dejan atónitos ahora! Decorados mastodónticos (nada de CGI por ordenador, ¡todo construido con materiales sólidos!), multitudes, y escenografía como para filmar varios largometrajes por separado, ya que la película se ambientaba en siglos diferentes con todo lo que ello conllevaba: nuevas localizaciones, nuevo vestuario… en definitiva, una auténtica salvajada. El film fue justamente promocionado como el "espectáculo colosal" que realmente era y desde luego había costado varias veces más que cualquier otra película hasta entonces. De hecho, no creo que haya vuelto a rodarse una película con semejante despliegue de medios físicos en relación a las posibilidades técnicas de su tiempo y lo que Griffith filmó en 1916 ya solo puede ser emulado con la ayuda de efectos visuales computerizados, porque el presupuesto que se requeriría para reconstruir todo aquello en la realidad sería grotescamente absurdo. Sin embargo, el público de 1916 no era tan borreguil como pudiéramos sentirnos tentados de pensar, y Griffith no pudo repetir el gran éxito de El nacimiento de una nación. La ciclópea Intolerancia se convirtió en la gran debacle financiera de su tiempo cuando los espectadores no respondieron con el entusiasmo esperado. Y eso que Intolerancia hace que gente como William Wyler, Stanley Kubrick o Akira Kurosawa parezcan la versión ahorradora de Roger Corman. Eso sí, ninguno de ellos perdió tanto dinero ni sumando todos sus films con pérdidas juntos.

Inchon (1982)

—La idea prometedora: Hacer la película definitiva sobre la Guerra de Corea.
—El problema: La película era mala y todo el mundo estaba allí exclusivamente por dinero.
—Se la recordará por: Haber sido financiada con el dinero de una secta. Y por ser tan mala que una de las actrices protagonistas decidió retirarse de la profesión a causa de la vergüenza.

"...y mi nuevo dogma es: Laurence Olivier es el Anticristo"

"…mi nuevo dogma es: Laurence Olivier es el Anticristo. Ah, y gracias a todos por el Happy Meal"

Si el director Terence Young tuvo a un reparto que incluía a Laurence Olivier, Ben Gazzara, Jaqueline Bisset o Toshiro Mifune no se debió al esfuerzo de un gran estudio estadounidense, sino al de la misteriosa productora One Way Productions, que aportó la considerable cantidad de 45 millones de dólares (de la época, porque hoy serían más de 100) para la realización de un film que básicamente pusiera a parir a los comunistas chinos. En principio todo parecía ir bien: Olivier cobraba unos 50.000 dólares por día de trabajo (no está mal) y nunca negó que ese era el motivo para participar en la película, sin asomo del típico y más bien falso "¡oh, me enamoré del guión!". En realidad, básicamente todo el mundo estaba allí por lo mismo: alguien había puesto una fortuna encima de la mesa porque quería su película y ellos no iban a rechazar alegremente los generosos cheques. Ese alguien era Sun Myung Moon, lider de la "secta Moon", la misma que es tan célebre a causa de sus matrimonios multitudinarios. Pues bien, con semejante entusiasmo artístico por parte de los implicados no resulta sorprendente que el resultado fuese pobre y la prensa terminase calificando el film como "la película de serie B más cara que jamás se haya rodado". Las críticas fueron atroces y el público ignoró por completo el film, que constituyó un fracaso comercial de aúpa, ocasionando unas descomunales pérdidas. Eso sí, los que habían trabajado en él se llevaron sus buenos cheques. Por una vez, el líder de una secta fue el que se sintió estafado y no a la inversa: en Hollywood habían sido más listos que él. Aunque hay que decir que parece ser que al entonces presidente Ronald Reagan le gustó la película. Tampoco resulta extraño, para ser sinceros.

Final Fantasy: la fuerza interior (2001)

—La idea prometedora: Llevar a la pantalla una exitosa saga de videojuegos.
—El problema: Dejar las manos libres al creador del videojuego, que ejercía como director del film.
—Se la recordará por: Hundir al instante una productora recién creada.

La compañía de software Square había alcanzado un gran éxito con la inmensamente popular saga de videojuegos Final Fantasy, creada por Hironobu Sakaguchi. Y pensaba, no sin razón, que podrían producir una adaptación cinematográfica exitosa de la misma. Comenzaron a planear un largometraje de animación computerizada que contase con las tecnologías más avanzadas del momento y para ello crearon una productora propia, Square Pictures, la cual pretendía extender el negocio al celuloide. No escatimaron en medios y contrataron a varias grandes estrellas estadounidenses para que prestaran su voz a los personajes. Sin embargo cometieron un error de base: dejar que el propio creador de la saga tomase también las riendas del rodaje. Sakaguchi, convertido en director y repentinamente transportado por el peligroso Complejo de Artista, comenzó a desbaratar el guión y a realizar cambios en la historia sobre la marcha, dejándose llevar por la inspiración del momento como si estuviese dibujando un tebeo a lápiz. En Square quizá pensaron que esos cambios repentinos en mitad del trabajo no serían tan caros en un film animado como lo son en un film con actores y decorados reales, pero se equivocaban …y mucho. Dado lo laborioso de realizar cada escena, las ocurrencias del director contribuyeron a demorar la producción por cuatro años, disparando el presupuesto hasta casi los 140 millones de dólares. Esto es, más de lo que costaban muchas superproducciones convencionales. El resultado fue que pese a la cuantiosa recaudación del film en las taquillas, porque no fue un fracaso en número de espectadores, aún tuviese decenas de millones en pérdidas. Square Pictures entró en bancarrota y la compañía madre, Square, decidió disolverla de inmediato. Aunque estoy seguro de que Hironobu Sakaguchiquien casualmente dejó Square en el 2004se proyecta el film en privado por lo menos una vez al día, aunque desconozco si mientras lo contempla se acaricia pensando en los millones despilfarrados, como hacía Howard Hughes.

Hasta aquí unos notables ejemplos de varias de las películas menos rentables de todos los tiempos. Quizá próximamente, y si Clive Cussler no nos demanda antes, citemos algunos más.



http://www.jotdown.es/2013/05/las-peliculas-mas-ruinosas-de-todos-los-tiempos/

No hay comentarios:

Publicar un comentario